Qué hay que tener en cuenta para preparar un viaje con niños en la montaña

Exposición a la altitud en edad pediátrica

En cualquier edad, incluso en adultos, los síntomas del mal de montaña no son típicos y pueden ser atribuidos a otras causas como enfermedades intercurrentes, intoxicaciones alimentarias o bien que la comida ha caído mal, o cambios psicológicos asociados a un viaje a zonas alejadas. Por estos motivos cuando se viaja con niños, si aparecen estos síntomas se debe suponer que están relacionados con la altitud y adoptar las medidas adecuadas; si se considera oportuno se tratarán también otras posibles causas.

Los síntomas típicos del mal de montaña en niños muy pequeños son: irritabilidad, disminución del apetito y ocasionalmente vómitos, tener menos ganas de jugar y dificultad para conciliar el sueño. Estos síntomas normalmente comienzan 4 o 12 horas después de llegar a altitud.

El riesgo de enfermedad aguda de altitud, generalmente comienza en ascensos por encima de los 2.500 m., especialmente si se duerme en estas condiciones. Un ascenso gradual lento es esencial para una aclimatación adecuada. El riesgo aumenta en ascensiones por encima de los 3.000 m. prolongadas (> 1 día) o que hagan falta dormir en esta altitud. En estos casos se debe planear todo detalladamente, hay que hacer un ascenso gradual lento, intercalar días de descanso para facilitar la aclimatación y haber diseñado un plan de emergencia detallado.

En los casos en que se residirá de forma prolongada en zonas de altitud por encima de los 2.500 m. hay que hacer un ascenso gradual lento. En el caso especial de los lactantes, algunos médicos han recomendado retrasar el cambio de residencia a altitudes superiores a 3.000 m. hasta haber alcanzado una edad superior a un año por el posible leve aumento de riesgo del síndrome de la muerte súbita del lactante y la posibilidad de desarrollar una hipertrofia del ventrículo derecho.

Viajar con niños es una experiencia enriquecedora, los beneficios deben contraponerse al riesgo de enfermedad grave o incluso la muerte por el frío o la hipoxia. En muchos casos existen pocos justificantes para llevar niños a gran altitud. El factor psicológico positivo que puede suponer para un adulto el hecho de viajar a grandes altitudes (autosuperación ...) es nulo en un niño de menos de 8 años.

Es posible realizar actividades al aire libre plenamente gratificantes además modestas altitudes. Mientras no se disponga de más datos en trekkings a lugares alejados se debería tomar una actitud prudente y debería dormir a altitudes menores a los 2.000 m. para niños de menos de 2 años y menores a 3.000 m. en niños de 2 a 8 años. En el caso de que deba exponer en altitud a los niños, antes necesitamos la valoración y el asesoramiento de un experto.

Consejos según destino:

  • Países industrializados: Disponen de acceso a centros médicos de forma relativamente rápida y fácil. Una vez se sospecha el mal de altitud se puede tratar con oxígeno y descenso rápido.
    • Muchos destinos de montaña y pistas de esquí se sitúan como máximo a 3.000 m. La mayoría de los viajeros duermen en altitudes menores y las llegadas a altitudes de 4.000 m. se realizan durante pocas horas en la práctica de estas actividades. En estas condiciones se puede presentar dolor agudo de altitud, pero con un bajo riesgo de gravedad.
    • Si se planean viajes más largos por encima de los 3.000 m. debe planear un ascenso gradual.
  • Destinos alejadas sin acceso rápido a cuidados médicos:
    • Es obligado tomar grandes precauciones. Los ascensos en los que se duerme a altitudes iguales o superiores a 3.000 m. conllevan un riesgo bajo de mal de altitud grave, pero si aparece un edema agudo de pulmón o cerebral, puede ser muy difícil tratarlos adecuadamente.
    • Si se planea un viaje en estas condiciones se debe realizar un ascenso gradual lento, intercalar días de descanso para facilitar la aclimatación y haber diseñado un plan de emergencia detallado.

Consejos generales:
  • Ascenso gradual: Se aconseja realizar un ascenso de 300 m por día por encima de los 2.500 m. con un día de descanso cada 1.000 m.
  • Evitar, si es posible, comenzar el viaje en un vuelo de avión, ya que se ascienden muchos metros de un salto y además el destino suele ser a zonas más alejadas y con más riesgo.
  • Medicamentos: No se deberían administrar en los niños para facilitar la aclimatación, excepto en casos rarísimos en los que un ascenso rápido es inevitable o cuando existen antecedentes previos de susceptibilidad a padecer mal de montaña. En estas situaciones especiales se puede utilizar el diurético "acetazolamida".
  • Educación: Antes de hacer un viaje a zonas de gran altitud, los niños y sus padres deberían saber cuáles son los síntomas del mal de altitud y su tratamiento.
  • Es muy aconsejable haber realizado viajes juntos en zonas de baja altitud para que los padres conozcan las reacciones de sus hijos durante un viaje y puedan diferenciar los síntomas relacionados con la altitud.
  • Viajar a gran altitud con niños que presenten un resfriado o tos podría aumentar el riesgo de edema pulmonar. Esto supone disponer de un programa flexible destinado a poder posponer el ascenso los días suficientes hasta que el niño esté recuperado.


Accidentes

Hay que recordar que cayó por el camino es la causa más común de muerte traumática en los practicantes de trekking (no conocemos de ningún caso en niños por suerte), por lo que se debe planificar un itinerario sin riesgo y estar en constante alerta, sobre todo con niños movidos.

Exposición al frío

Con la altitud aumenta el frío y los niños son más vulnerables a sufrir hipotermia por varias razones (se tiene conocimiento de casos de congelaciones en extremidades, incluyendo la necesidad de amputación). Tienen mayor superficie corporal en relación a su volumen aumentando las pérdidas de calor.

Los niños que son transportados, además, no generarán calor mediante la actividad muscular de caminar. A menudo no se quejan de pasar frío, y si los padres están cansados ​​o intentando resolver una incidencia pueden olvidarse de las necesidades de un niño en una mochila.
Una vestimenta adecuada es de gran importancia para prevenir malestar, hipotermia y congelaciones. El termostato corporal se basa en la percepción de la temperatura en la piel y no en la temperatura del interior del organismo, de ahí que si se utilizan métodos externos para recalentar (por ejemplo bolsas químicas de calor) se debe vigilar que el niño no se desabrigui por la sensación de calor, ya que aún podría estar hipotérmico.

Exposición solar

En la altitud aumenta el riesgo de quemadura solar por el reflejo de la nieve y del hielo y por el menor filtro de la atmósfera. Los niños son más vulnerables a las quemaduras solares. Se aconsejan cremas protectoras con filtro físico y químico, UVA y B, de factor protector superior a 30, aplicándolas en las zonas expuestas media hora antes y renovándola cada 2 horas. Es esencial el uso de sombreros, manga larga y gafas de protección UV con protectores laterales para evitar la radiación reflejada de la nieve.

Comida y hidratación

Es importante asegurar una adecuada ingesta de líquidos por la pérdida aumentada en la altitud (respiración ...). Muchos niños rechazan los alimentos desconocidos, por lo tanto nos será de utilidad que los hayan probado antes de iniciar el viaje. higiene En lugares alejados, viajar con lactantes puede suponer una carga de material importante con los costumbres higiénicas actuales (intente imaginar el volumen que ocupan los pañales que puede gastar un lactante en 15 días).